El domingo al mediodía explotó una granada a unos 100 metros de mi casa, la distancia de campo de fútbol aproximadamente. Es la segunda en una semana y la tercera este año, refiriéndome únicamente a aquellas que explotaron a una corta distancia del lugar donde duermo; van docenas en la ciudad en lo que va de año.

En un país normal esta sería la noticia de día. Como mínimo, el equipo del noticiero local estaría en una escena clausurada por la cinta amarilla de la policía. Pero, ese no es nuestro caso. Estas calamidades son tan ordinarias acá que no fue sino después de la tercera granada en mis proximidades que pensé “quizás debería escribir algo al respecto”. En este punto un par de granadas no me interesan lo suficiente, hizo falta tres para que yo decidiera hacer algo.

Nadie entró en pánico; de hecho, me dio un poco de fastidio que la explosión interrumpiera mi siesta del domingo. La reacción general fue “explotó otro transformador”, pero como no se nos fue la luz, no lo pensamos mucho. A quién le importa una explosión mientras el aire acondicionado siga funcionando en la siempre caliente Maracaibo.   

Me enteré que la explosión había sido una granada porque mi hermano empezó a llamarme desesperadamente de Argentina para saber si mi papá y yo estábamos bien… otra vez interrumpiendo mi importante siesta. Las noticias ya se habían esparcido por las redes sociales (con los clásicos errores de rigor propios de esos medios), así que caminé al sitio de la explosión y, para mi horror, encontré al vigilante de la urbanización destrozado, una imagen que daba pavor, pero después me acordé que así es como se veía antes de la granada. No hubo heridos, sólo algunos vidrios rotos en una casa abandonada, buenas noticias dentro de todo. El pobre vigilante estaba algo aturdido, al punto que al verme, con su franela absolutamente sudada y los ojos bien abiertos me dijo “hace falta un vigilante”.  

En la urbanización vive un prominente político opositor y es posible que él haya sido el target de la granada en una campaña de intimidación. Esa es una teoría. Lo cierto es que es muy difícil precisar los motivos detrás de una campaña de ataques de granada en la ciudad, si éstos tienen tintes de índole político o si van más por el lado de la extorsión. Este último escenario parecería tener sentido, pero no hay investigaciones formales de parte de las autoridades, que parecieran no estar muy interesadas, ni tampoco de medios de comunicación, que sin dudas no cuentan con los recursos para indagar con propiedad. En nuestro caso el CICPC llegó casi cuatro horas después del evento, y ni siquiera puso un pie en el lugar del estallido. 

Uno de mis más queridos amigos, (a quien no nombraré por lo delicado del tema, y porque no quiero que nadie sepa que lo considero un querido amigo), es dueño de un local. Su lugar de trabajo ha sido impactado por dos granadas en los últimos meses. Obviamente a él no le agrada mucho tocar el tema, pero al mismo tiempo lo conversó con toda naturalidad. Es como si estuviera hablando de una simple molestia burocrática, el precio de hacer negocios en Venezuela.  

Cuando le pregunté por la reacción de las autoridades me explicó que ellos llegaron al sitio y actuaron que si fueran meros civiles, igual de útiles a que si hubiese llegado literalmente un cardumen de meros. De hecho, al menos los meros hubiesen servido para cenar, en vez de quitarte una cena. En fin, los oficiales hicieron preguntas como si fueran personas comunes, testigos del hecho, y por si no fuera suficiente, después de irse filtraron los videos de las cámaras de seguridad en la redes sociales. Por cierto, así fue como me enteré de lo que ocurrió. 

Hay cosas cómicas en estos eventos que son algo oscuros. Aunque los delincuentes dan miedo, también se ven poco preparados para lidiar con el peligroso armamento que utilizan. El apuro con el que ejecutan sus “maniobras” se nota en los videos. El vigilante de mi urbanización contó que el sujeto que lanzó la granada el domingo se tropezó en el acto, lo que me hizo pensar que por poco terminamos con un escenario de “el Coyote” en nuestras manos.

Para la mayoría de la gente en el mundo, estar cerca de una explosión de granada les da, como mínimo, un buen cuento para las reuniones sociales el resto de su vida. Para nosotros no está ni siquiera en el “top 5” de las cosas que hemos visto este año. La normalización de eventos traumáticos es preocupante, es una de las razones por las que estamos atrapados en la zanja del infierno. Aunque probablemente esta normalización tenga que ver con un mecanismo de defensa desarrollado por los venezolanos para poder evitar sucumbir a la locura. Para nosotros múltiples explosiones de granadas son sólo una cosa más, quizás parte de la nueva normalidad.