El amor fue quién terminó convirtiéndome en migrante, sí, pero no porque un príncipe me rescató. La verdad es que mis planes de huir de Venezuela comenzaron en el 2016, un año después de graduarme como licenciado en Ciencias Políticas y Administrativas. Digo “huir” porque era prisionero de la situación del país: suspensiones inhumanas del servicio eléctrico (en Maracaibo donde el calor es infernal), largas colas para comprar comida, el aumento desmedido de los precios, la escasez de gasolina, delincuencia y lo peor de todo, las represiones por parte del gobierno a los manifestantes cuando salíamos a la calle a exigir libertad y justicia.

Por allá por el 2016 recuerdo que mis planes eran irme a Chile o Argentina porque muchos amigos se habían ido a esos países y vivían una vida cómoda. Confieso que me encanta estar rodeado de amigos. Todos mis amigos son exitosos, a su manera, ya que el éxito es algo subjetivo. Yo lo defino como la mezcla en tu vida entre felicidad y tranquilidad teniendo los recursos suficientes, más allá de ser mucho o poco, lo que sea suficiente para cada uno.

En esa época encontré una nueva pasión más poderosa que trabajar en política: el Fit Combat, una disciplina fitness que fusiona técnicas de combate con marcos musicales resultando ser una actividad física sumamente dinámica y divertida. Para noviembre de ese año me certifiqué como instructor oficial de Fit Combat y empecé a dar clases en los mejores gimnasios de la ciudad. Me sentía muy bien conmigo mismo, en mis clases me olvidaba de la situación del país, tenía un trabajo fuera de la empresa familiar, estaba en mi mejor momento. Creo que lo mío siempre ha sido aportarle alegría a la gente por eso se sentía tan bien.

Pasé todo el 2017 dando clases de Fit Combat y el tema de salir del país se había quedado sin espacio en mi mente hasta que llegó el mes de julio, el mes del plebiscito. El 16 de julio la dirigencia opositora convocó a un plebiscito nacional para rechazar masivamente la instauración de una Asamblea Nacional Constituyente chavista cuyo fin era restarle poder a la Asamblea Nacional opositora y sumarle poder al sistema presidencialista dictatorial.

La represión militar en ese mes fue terrible, ya habían matado a Adrián Duque en mayo por protestar, murió en brazos de quien era mi novio en ese tiempo, un paramédico que desempeñó una labor extremadamente heroica. En el plebiscito nos organizamos un enorme grupo de personas de todas las edades para llevar a cabo la jornada electoral en la zona donde yo vivía, Los Olivos.

Durante los días siguientes hubo grandes protestas y mi urbanización fue un foco de detenciones y ataques de la Guardia Nacional. Mi casa llegó a ser refugio cuando los militares nos perseguían. Allí volvió a titilar en mi cabeza la idea de salir del país. Luché lo más que pude desde adentro, y por eso, le extiendo mis respetos a quienes siguen luchando con determinación dentro y fuera de Venezuela.

Un año después concreté mi salida de Venezuela, aquí es cuando llega el amor a convertirme en migrante y es que me fui del país con el paramédico. El destino fue Estados Unidos, ambos teníamos visa, familia y amigos en el norte. Además, para mí era mil veces mejor este destino que aquellos que estaban en mi cabeza en el 2016. Not a joke, just a fact. Inicialmente haría vida en Sarasota, Florida, pero el lugar y mis energías no se encontraron.

Por eso me fui a Dallas a vivir con mi hermana mayor y su esposo, allí crecí económicamente pero no me sentía totalmente cómodo. Pagaba mis servicios, y mis gastos en la casa, pero yo no el dueño de nada. Emprendí mi aventura a Houston en noviembre del 2018 y aquí me quedé, logré tener mi propio apartamento, pagué mi primer carro y pagué todas mis deudas. Ya para este momento mi historia de amor con el paramédico había terminado, aunque aún somos amigos, e incluso llegamos a vivir juntos por un tiempo.

Mi primer trabajo en Houston duró 6 meses en un restaurante fancy de la ciudad; mi tarea era limpiar y ordenar las mesas, también limpiar los baños al final de la noche. Allí limpié por primera vez un baño. Ni en mi casa lo hacía. Eso sí, quedaban mejor que el baño del comercial del limpiador de pocetas MAS, era la mejor parte de la noche porque me encerraba a limpiar escuchando el mix de Olga Tañón.

Recuerdo que una vez llegó un gerente de la alta directiva y preguntó quién había limpiado el baño porque no encontró ni un rastro de polvo. Había sido yo, mi amor. Sin importar el trabajo que te toque hacer, debes ser el mejor, porque eso dice mucho de ti. Tuve algunas malas experiencias y todas fueron con personas centroamericanas, es inaudito, me llevaba mejor con los estadounidenses, pese a la diferencia de idiomas y culturas. Los centroamericanos marcaban cierto tipo de rivalidad. Siempre estaré agradecido por mi trabajo en el restaurante. Pude practicar mi escaso inglés, perder el miedo, conocer nuevas personas, sus culturas, pero sobre todo dar lo mejor de mí.

Así llegó a mi vida una nueva oportunidad de trabajo donde obtuve el doble, y un poco más, de mi anterior salario, haciendo lo que más me gusta: viajar. No sé si es porque soy muy Sagitariano, pero cuando la palabra viaje sale a relucir mis ojos brillan. Fue así como conocí varias ciudades de Texas, North Carolina, Louisiana, Oklahoma y Tennessee. El trabajo consistía en demoler y limpiar localidades afectadas por tormentas tropicales o incendios, y aprovechaba las horas de trabajo para hacer reír a todos mis compañeros. El trabajo era una absoluta guachafa. Demolíamos jugando y limpiábamos bailando, pero completábamos el trabajo con éxito.

Todo cambió cuando llegó el COVID-19. El índice de contagios en Estados Unidos apuntaba a superar las cifras de China e Italia y así ocurrió. Gracias a Dios y al Universo, hasta el momento no me he contagiado con el virus. Fui intenso con las medidas de bioseguridad, pero no era este el caso de mis compañeros de hotel en esos viajes de trabajo, se lo tomaban muy a la ligera. Estaba preocupado por el virus y a la vez cansado de viajar tanto, porque sí, este sagitariano se cansa de viajar. Llega un momento en donde lo que más extrañas son las cuatro paredes de tu habitación, esas que dan vida a tu privacidad.

Tomé la decisión en mayo de 2020 de quedarme en casa y empezar a trabajar haciendo deliveries de compras de supermercados y esto ha sido todo un paseo. Ganaba lo mismo que en los proyectos de construcción, unas semanas menos, otras semanas más. La verdad es que de todo se aprende, he aprendido a comparar precios entre diferentes supermercados, a prestarle atención a la tabla nutricional (gracias Sascha Fitness), cuando necesito algo ya sé en qué pasillo se encuentra y así sucesivamente. He empezado a sentir amor por esto.

Aunque no me imagino siendo shopper por el resto de mi vida, lo disfruto por el momento porque me da la libertad de viajar a otras partes y trabajar dónde sea que me encuentre. No tengo que rendir cuentas a una oficina o tal vez a un jefe gruñón.

No sé qué me depara la vida, pero sí sé que en unos pocos años obtendré mi ciudadanía estadounidense. Planeo viajar por primera vez fuera del continente y quizás termine enamorándome de Europa. Extraño mucho Maracaibo, mi casa, a mi abuela y a mi mejor amigo, pero sé que pronto los tendré aquí, en mi nuevo hogar.

No me asusta, ni me llena de incertidumbre el destino a donde vaya porque sé de dónde vengo. Sinceramente no imagino una vida en Latinoamérica, sin ánimos de ofender, me encanta ser latino, y tener este sabor caribeño… Desde esta identidad mía, propia y autónoma, seguiré dando lo mejor de mí donde me encuentre, a los que me sumen y me acompañen en mis mejores y peores momentos.

Quiero hacer otras cosas, demasiadas cosas. Muchas personas me dicen que tengo un don para el entretenimiento, la comedia y el baile. Creo que es la nueva fase que está por comenzar en mi vida, estoy dando los primeros pasos. No porque me lo digan, es porque lo siento desde pequeño, solo que en un hogar machista esas virtudes artísticas no son impulsadas. Nunca es tarde para hacer lo que quieres si sientes amor y pasión por eso que está en ti esperando por ser explotado. Hoy me siento más seguro de mí y de lo que quiero, sin temor a la crítica. Solo tengo una vida ¿qué importa lo que digan los demás?

Ser migrante no ha sido tan duro para para mí como para otros, extraño ciertas cosas, pero agradezco por muchas otras. Tengo a casi toda mi familia en este país, amigos viejos, amigos nuevos. Tal vez hasta ame ser migrante por eso mismo de que amo viajar; desde que estaba en el colegio me he creído el papel de ser embajador del Mundo.

La verdad es que no somos de nadie, ni de nada. Una nacionalidad no te define, la cultura te va esculpiendo, pero en la multiculturalidad es donde realmente nos podemos encontrar y evolucionar, en el marco de la diversidad. Forjamos el sendero con nuestras propias decisiones personales. Por tanto, procura siempre hacer todo con amor. El amor te impulsa, el amor propio, el amor recíproco. Aquí o en Las Malvinas, donde me estés leyendo o en Júpiter, el amor te salva.