Mi historia comienza un día cuando el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, transmitía una cadena nacional. Anuncia el cierre de 33 emisoras de radio. Mi papá trabajaba en la emisora 102.3FM del Circuito Nacional Belfort (CNB). Recuerdo haber entrado al cuarto de mis papas, y minutos después los 3 estábamos llorando. No entendía por qué estaba pasando eso ¿Será que alguien dijo algo que al gobierno no le gustó? A penas tenía 11 años y me hacía muchas preguntas.

Mi papá además de trabajar en la radio tenía un programa de TV en Globovisión que se llamaba En La Mañana. De un momento a otro, más del 75 por ciento de los ingresos de mis padres se vieron afectados. Meses antes mi mamá había renunciado al Banco de Venezuela Grupo Santander, donde era la vicepresidenta de Recursos Humanos. Ahí trabajó durante 15 años y renunció porque quería estar más tiempo con mi hermano y conmigo. Con la pérdida del trabajo de mi papá, comenzó una larga búsqueda.

Mi papa empezó a llamar a varios colegas que tenía en varias estaciones de radio en Caracas, todos decían que no. La razón: la posición que había asumido contra el gobierno no era una pieza cómoda en ninguna estación radio. Ese año 2011, comenzaba a sentirse la escasez (no tan fuerte como ahora) pero si recuerdo que mi mamá tenía que recorrer varios supermercados para encontrar leche, azúcar, harina pan, carne, etc y la inseguridad era incontrolable. Aparentemente mi mamá ya le había advertido a mi papá sobre la necesidad de irnos del país. Vivir siempre con miedo, no era vida. A lo que mi papá siempre decía: “yo seré el ultimo en irme, así sea en la rueda del avión”.

Su perspectiva cambió cuando cerraron la radio. Ahí mi mamá empezó a buscar opciones de posiblemente mudarnos a Estados Unidos. Ya cuando mis papás habían planificado el viaje, nos convocaron a mi hermano y a mí a una reunión familiar. Yo estaba en sexto grado, mi hermano en tercero y justo cuando llegamos a la casa del colegio nos dijeron: “dejen sus bolsos y suban a nuestro cuarto”. Mi hermano y yo no teníamos la menor idea de lo que estaba pasando y que nuestra vida estaba a punto de cambiar por completo.

Mi papá habló, mencionó la situación económica, la escasez, la inseguridad y ahí nos dijo: “y por todo esto su mamá y yo decidimos que lo mejor para nuestra familia es mudarnos a Estados Unidos para que ustedes puedan tener un mejor futuro y mayor calidad de vida”. En ese momento, sentí que perdía la respiración, empecé a llorar como si no hubiera un mañana. No podía parar de llorar, lo único que pensaba era en mi familia, mis amigos, mi colegio, nuestra casa, la playa, el Ávila, etc.

A mi hermano y a mí se nos hizo muy difícil de entender por qué nos teníamos que ir. Años más tarde, no podemos estar más agradecidos por esa decisión que tomaron nuestros padres. Ya para cuando nos dijeron a mi hermano y a mí que nos íbamos, la parte legal para nuestra permanencia en EE.UU. estaba lista, lo único que faltaba era poner nuestra casa y carros en venta y preparar las cosas que nos íbamos a llevar.

La ultima reunión familiar fue muy fuerte emocionalmente porque no sabíamos cuando íbamos a volver. Y así fue como un mes de julio del 2011, llegamos a Katy, Texas. Con todas nuestras pertenencias en 8 maletas y un sin fin de preguntas. Katy es una ciudad que queda en las afuera de Houston ¿Por qué esa ciudad? Porque mi papá tenia una propuesta de trabajo que a los pocos meses se cayó, pero regresarnos no era una opción. Por un año entero vivimos de los ahorros que teníamos y de la venta de nuestra casa.

Cuando llegas a Estados Unidos, y vas a cursar bachillerato te hacen un examen de nivelación del inglés. Yo sinceramente pensaba que era bilingüe, porque en el colegio siempre era una de las mejores en esa materia e incluso había ganado varias veces el “spelling bee”. El día del examen estaba súper nerviosa y recuerdo que la noche anterior no dormí muy bien.

El examen fue súper largo y estaba dividido en cuatro áreas. Recuerdo que sacaban fichas y yo tenía que decir el nombre en inglés. Cuando veo que me muestran una manguera ya ahí yo dije: “nada hasta aquí llegué, raspé el examen”. Y para los que no saben, manguera se dice “hose”.

Aprobé el examen, pero me dijeron que necesitaba cursar un programa que se llama ESOL (este es el programa en que entran todas aquellas personas las que el inglés no es su primera lengua). Ahí estuve por un año y medio, es decir todo séptimo y mitad de octavo.

Yo estaba muy emocionada por comenzar el colegio en USA. No se usa uniforme y me podía poner lo que quisiera.

Llegó mi primer día de clases, elegí mi mejor pinta la noche anterior para ya en la mañana no perder tiempo en eso. Mi situación era particular, porque el colegio que me tocaba no ofrecía el programa de ESOL y por eso tenía que tomar otro autobús para poder ir a ese otro colegio. Ya mis papás me habían dicho dónde esperaría el segundo autobús, y a qué hora venía. Por precaución, me pusieron en mi bulto una nota con sus teléfonos, porque no tenía un celular. El primer autobús me pasó buscando por mi casa y me dejó en el colegio, hasta ahí todo iba bien. Ahora me tocaba esperar por otro autobús.

Afuera hacía muchísimo calor así que decidí esperar por el autobús adentro, pero siempre mirando por la ventana a ver cuando venía el que me tocaba. Pasa el tiempo y el autobús no llegaba, ya ahí me empecé a poner nerviosa. En un abrir y cerrar de ojos, veo una ralla amarilla y me doy cuenta de que ese era mi autobús. Salgo corriendo, pero ya era muy tarde, se había ido. En ese momento me sentí sola, no tenía celular, iba a llegar súper tarde a mi primera clase y no sabía cómo explicarle a alguien en inglés que el autobús me había dejado. Así que me senté en la acera a llorar y llorar. De pronto, sale una profesora y me pregunta en inglés qué me pasaba, y yo no articulaba palabra alguna.

No sabia cómo explicarle a ella lo que había sucedido, y solo alcancé a decir: “me bus go, me bus go”. La profesora más o menos me entendió, y me llevó con una profesora que hablaba español y a ella si le expliqué todo lo que había pasado con lujo de detalles. Llamaron al conductor del autobús de nuevo, para que me buscara. Y esa fue mi historia de mi primer día de clases en Estados Unidos.

Ese año en Houston fue duro, primero por el idioma. Los primeros meses no entendía absolutamente nada porque me parecía que los estadounidenses hablaban súper rápido. Mi hermano y yo optamos por dejar de ver televisión porque no entendíamos nada.

Luego, de ese año que estuvimos en Katy, Texas nos mudamos a Miami, Florida para ver si ahí mi papá podría conseguir un trabajo, pero no fue así. Hasta que un día que estábamos en el cine mi papá recibió una llamada de Univisión Laredo. Ninguno de nosotros sabía dónde quedaba Laredo. Después supimos que era una ciudad fronteriza.

Nos tocó empacar una vez mas, y nos fuimos a Laredo, Texas. Una nueva ciudad donde teníamos que hacer amigos de nuevo, un nuevo colegio. Laredo, nos trató muy bien porque, aunque es una ciudad pequeña, la gente nos acogió con amor. Pero desde un principio, nosotros sabíamos que ese no iba a ser nuestro destino final porque el sueño de mi papá era trabajar en CNN en español. Después de aplicar 4 veces finalmente entró a “la NASA de la noticia” como la llama él. Al año de estar en Laredo, después de haber terminado mi octavo grado nos mudamos a Atlanta, Georgia.

Vivimos aquí desde el 2013. Disfruté de todas las costumbres estadounidenses. Tuve la oportunidad de ir a los bailes que muestran en las películas. Fui 4 veces a Homecoming (se usa vestido corto y es en Octubre) y 2 veces a Prom (se usa vestido largo en Marzo).

Me gradué en el 2017 de bachillerato y fui a una universidad llamada “Georgia College & State University”, ubicada en Milledgeville, a 2 horas y media de Atlanta. Ahí estudié periodismo y me gradué en diciembre del 2020 en medio de la pandemia. A pesar de que la universidad era pequeña tenía una magia que es difícil de explicar. Todos se conocen. Es un ambiente familiar. Disfrutas del “southern charm”, que la gente te trata como si te conocieran de toda la vida. Te hacen sentir como si estuvieras en tu casa o en mi caso, me recordaba mucho a mi Venezuela.

Ahí me involucré en el grupo de televisión donde aprendí bastante y todo lo que sé de periodismo audiovisual se lo debo a ellos. También, fui parte del club Internacional primero como miembro, luego llevaba las redes sociales, después como vicepresidenta y mi último semestre llegué a ser presidenta. Ese grupo fue la clave para mi experiencia en la universidad porque encontré mi nicho y me identificaba mucho con ellos. Primero porque al venir de otros países todos tenían dificultades con el idioma, extrañaban a sus familias, tenían que hacer amigos de nuevo, y adaptarse a una cultura nueva. Todo eso que estaban viviendo ellos como estudiantes internacionales lo viví yo también y creo que fue por eso que el “clic” con este grupo fue instantáneo.

Si me preguntaran si todas estas vivencias han valido la pena, yo diría que absolutamente que sí. La historia de cada migrante es diferente. Pero creo que todos tenemos varias cosas en común: primero la valentía de dejar todo atrás y haber tomado la decisión de hacer vida en otro país, y segundo, entendemos que darnos por vencidos no es una opción y que siempre trataremos de dejar el nombre de nuestro país en alto.