Venezolana, ese casi es mi nombre pero mi mamá decidió llamarme Sofía. Soy comunicadora social con una mención en periodismo impreso y, aunque quise ejercer por más tiempo en una Venezuela libre de censura, escribir es esa rama de mi carrera que cultivo como una de las pasiones más bonitas que tengo. Quizá mi tiempo ahí fue corto, pero desde el 2013 me sumergí en el emocionante mundo del emprendimiento; hoy con orgullo puedo decir que, a pesar de los altibajos, he mantenido una marca de accesorios femeninos reconocida en Maracaibo y otras ciudades de mi hermoso país Venezuela.

Supongo que ya notaron el amor que siento por mi tierra, así que despedirme de ella aquel 30 de julio del 2018 fue la sensación más cercana a lanzarme al vacío sin un paracaídas, creo que me monté en ese avión sin mi corazón, porque lo dejé allá en Venezuela, pareciera que cuando emigras te lo arrancas de un tirón.

Vivo en Estados Unidos desde hace casi dos años y aunque mantenía mi estabilidad en Venezuela no podía negar que todo el tiempo me hacía a mí misma las preguntas que nos persiguen a todos los venezolanos: ¿Y qué más puede pasar? ¿Qué sigue? ¿Podré continuar? ¿Hasta dónde seré productiva aquí? Y todo esto coge más fuerza cuando recuerdo que soy hija única y también el único sostén de mi casa. Fue así como la mezcla de estas inquietudes, sumada a una buena oferta de trabajo hicieron que me atreviera a lanzarme al vacío.

Me siento muy agradecida porque mi llegada a este nuevo territorio no fue atropellada ni traumática, sino todo lo contrario. Lamento mucho que mi experiencia no sea la más común, pero debo reconocer que ha sido sencilla si la comparo con otras historias que he escuchado. Dios puso en mi camino un trabajo que aún conservo desde el segundo día posterior a mi salida de Venezuela. Si algo le había pedido a Él, era que si me tenía que ir de Venezuela me ayudara con mis cargas, y la verdad es que se lució. No sólo me bendijo con un increíble trabajo, sino con un equipo bonito que me valora y me hace sentir como una más de ellos.

Sin embargo, mi decisión fue arriesgada, yo vine con una venda en los ojos, sin saber de nada, sin conocer mucho, esperando cualquier resultado, pero creo que es fundamental hacerle caso al corazón y a la intuición cuando tomamos decisiones importantes, a pesar de que muy en el fondo me engañaba diciéndome: “en tres meses regresarás, no lo vas a aguantar”.

Yo no tengo familia en Houston, ni en ninguna de ciudad de Estados Unidos, si algo salía mal, no tenía ni siquiera un lugar seguro a donde acudir, así que me hospedé en un Airbnb. Recuerdo que llegué un martes a las 2 am y me abrió la puerta el dueño de la casa, Vladimir, un joven mexicano con uno de los corazones más nobles que Dios ha puesto en mi camino. Su primera frase fue: “No suelo hacer esto, pero si sé que llegabas tan tarde me habría ofrecido a buscarte en el aeropuerto”, eso me bastó para sentirme tranquila, en ese momento supe que había llegado al lugar correcto.

Dios me volvió a bendecir con una familia que me adoptó sin conocerme y con la que pasé mi primer año fuera de Venezuela. Convivir con tu familia mientras pasas por un proceso migratorio es lo ideal, lo más fácil y seguro, pero a mí me tocó sobrellevar estos cambios lejos de los míos; tuve que buscar cariño y entendimiento en extraños que hoy son como una familia para mí.

Empezar mi nuevo trabajo fue uno de los mayores retos a superar. Recuerdo con exactitud lo pequeña y frágil que me sentía, llegué a una oficina desconocida, intenté simpatizar con el resto de las personas que allí estaban, todos eran americanos, y yo con un inglés del cual aún no me siento orgullosa. Este ha sido mi mayor ejemplo de madurez y adaptación al cambio, pues entender los territorios ajenos y las distintas costumbres siempre es un reto para cualquier ser humano. Esto implica desmoldarte de tus hábitos, sentir dolor y desesperación, vacío y pérdida, te vuelves el ser humano más vulnerable que hayas conocido, implica arraigarse sin tener raíces para hacerlo.

A pesar de que el proceso no fue fácil, vuelvo a dar gracias porque mis compañeros de trabajo son excepcionales y han hecho lo imposible para hacerme sentir en casa; no me alcanzaría esta vida para hacerles saber lo bueno que han sido con esta chama venezolana. Dos años después sigo aquí, en el mismo trabajo, mantenerse de pie es difícil, pero lo más importante del camino es comprender que muchas veces no podemos doblegarnos ante nuestros caprichos y que las oportunidades deben valorarse y aprovecharse.

Con la nostalgia que llevo dentro reconozco que mi plan es quedarme, que sé que mi destino no es regresar a Venezuela. Muero por bañarme en sus playas, por reconectarme con los recuerdos que me hicieron feliz durante los 31 años de mi vida que pase allá, por sentir el sol caliente de Maracaibo mientras corro por el parque La Vereda contemplando mi lago; eso es nostalgia, eso es anhelo, eso fue mi vida.

Hoy estoy clara de que mi lugar es aquí y mi mejor forma de agradecer todo lo que tengo es continuar luchando con valentía y esperanza para seguir logrando alcanzar metas y así algún día poder regresar de visita al país mas hermoso del mundo, mi amada Venezuela a la que le debo muchos viajes que me quedaron pendientes para terminar de conocerla y juro que así lo haré.

Mi dinámica de vida aquí es bastante movida, indetenible. Dicen que Estados Unidos se traga a las personas, pero yo no me dejo y me mantengo visible e ilusionada con todo. Comparto mi tiempo entre mi trabajo y mantener viva mi marca Ágata Rosa tanto en Estados Unidos, como la tienda que aún tengo en Maracaibo. Sé que no es fácil, pero tampoco es imposible. Emigrar y sobrevivir requiere de disciplina, concentración y compromiso para evitar que tus sueños mueran.

Mi gran aprendizaje con esta experiencia es que el miedo se vence viviéndolo y sintiéndolo hasta en los huesos y que no hay experiencias iguales, cada proceso personal es tan individual que podemos empapelar el planeta entero con historias de migrantes. Hoy me gustaría que antes de pensar en los problemas y dificultades que esta decisión acarrea, piensen en la bondad que aún existe y se lancen a buscar la vida que merecen. No todo es malo, mi proceso ha sido sencillo, fortalecedor y lleno de renovación, con más dulces que agrios y así o incluso mejor podría ser tu historia si mentalmente te programas para que suceda de esa forma.

No me despedido sin antes aclarar que a pesar de que físicamente los migrantes ya no estamos Venezuela, siempre seremos Venezuela, porque nuestros corazones quedaron allá esperando por el anhelando cambio; no habrá país, distancia o tiempo que nos quite esa hermosa realidad. Somos muchos los venezolanos regados en una infinidad de países, y nos toca demostrarle al mundo entero a través de nuestras buenas acciones, que ser Venezolanos es lo más bonito y aleccionador que nos ha pasado.