Hola, soy Ana López tengo 29 años y soy arquitecto. Nací en Maracaibo, Venezuela y hoy en día sigo viviendo aquí. Recuerdo haber sido muy feliz en mi niñez, crecí en una familia de padres divorciados, razón por la cual mi abuela Rosario me cuidaba mientras mi mamá salía a trabajar. Rosario era la abuela que todo niño desearía tener; ella siempre fue un gran ejemplo a seguir, desde muy pequeña trabajó arduamente para convertirse en alguien y lo logró, llegó a ser la secretaria del rector de La Universidad del Zulia, con su trabajo pudo comprar una casa propia y creo que para cualquier persona esto es algo muy significativo.

Mi abuela siempre me enseñó buenas costumbres y todo el tiempo me recalcaba la importancia de estudiar, ella me decía que algún día vería los frutos, y tenía mucha razón. Rosario murió de cáncer meses antes de mi graduación de arquitecto y sus palabras de despedida fueron “Perdóname, no podré estar en tu graduación”. No soy una persona muy religiosa pero me aferro a ella siempre que tengo miedo o en esos días en los que siento que quiero tirar la toalla y puede que ella no sea la razón, pero al final todo siempre se soluciona.

Me gradué de arquitecto en diciembre del 2012, para esa fecha ya era muy difícil encontrar trabajo y mucho más uno bueno, pero yo lo logré. Para mi sorpresa, recibí una llamada de una persona diciéndome “Hola Ana, te habla Alex Velásquez de JAVC Arquitectos, tu número me lo dio Sofía y queremos entrevistarte ¿Estás disponible?” Una amiga de la universidad me había recomendado y sin dudarlo dije que sí.

Tenía 22 años en ese momento y claramente sentía que me estaba comiendo el mundo

Así fue como al siguiente Lunes, a las 9am fui a mi entrevista, me sentía súper bien, mis compañeros de trabajo eran jóvenes y estaban dispuestos a enseñarme. Pasé por un período de prueba de un mes y después de esto, Claudia, una de mis jefes me dijo: “Ana, queremos que te quedes, ¿tú quieres?”, ¡Y por supuesto dije que SI! Tenía 22 años en ese momento y claramente sentía que me estaba comiendo el mundo.

Luego de la muerte de mi abuela, la situación económica en mi casa no era la mejor, pero yo tenía un buen trabajo y así pude ayudar a mi mamá y sobretodo a mis hermanos, pues era yo quien me encargaba de pagar su colegio. Trabajé en esta empresa desde el 2013 hasta el 2017, recuerdo que siempre me decían que mi trabajo era muy bueno porque nos daban los viernes libres si habíamos cumplido con todo lo programado en la semana. Me sentía demasiado feliz, y hasta pude viajar a Europa por un mes gracias al fruto de mi trabajo ¿Saben lo difícil que eso puede ser para una chica venezolana de 23 años?

Poco a poco ese trabajo donde fui tan feliz se apagó.

A pesar de esto, y muy tristemente, la situación en Venezuela empeoraba cada día más y aunque seguíamos trabajando en proyectos ambiciosos, ya la economía comenzaba a verse golpeada, y así fue como en medio de este contexto, mi jefa Claudia decidió aprovechar sus papeles colombianos para ir a Medellín a hacer un posgrado y trabajar con nosotros de manera remota. Un año después, mi otro jefe, Héctor, decidió irse a Argentina con su esposa.Sólo uno de mis jefes, Álex, se quedó en Venezuela; habían muchos vacíos importantes que llenar y poco a poco ese trabajo donde fui tan feliz se apagó. Tuve los mejores jefes y compañeras de trabajo y aún todos seguimos siendo grandes amigos en la actualidad aunque cada uno haya tomado un rumbo distinto.

¿Hay algo mejor que tener mi propia empresa?

No recuerdo en que año conocí a Luigi, mi actual socio, pero recuerdo tener una conversación con él en un bazar en el Hotel Intercontinental justo en la misma época en la que veía que mi trabajo soñado se desvanecía poco a poco. En esta conversación le comenté que me quería ir del país porque sabía que encontrar un trabajo igual sería muy difícil.La vida (o mi abuela) me sorprendió de nuevo cuando un dia Luigi y Andrés me dicen que quieren hablar conmigo. Recuerdo que nos reunimos en un café y me propusieron que me hiciera socia de su empresa (Grupo Luxo), ya que necesitaban a alguien que estuviese a cargo del área de arquitectura. Obviamente dije que sí ¿Hay algo mejor que tener mi propia empresa?

Al principio no teníamos una oficina, trabajaba desde mi casa, algo similar a lo que tengo que hacer hoy en día. Logré hablar con la gente de la Cámara de Comercio para alquilar una oficina en su sede. Casualmente ahí estaba mi antigua oficina, y no sólo me dijeron que sí, sino que también me dieron la misma oficina que usaba antes en JAVC Arquitectos, fue como si nunca me hubiese ido, seguía estando en mi zona de confort, con la diferencia que ahora yo era mi propia jefa.

Sólo teníamos un aire acondicionado, una mesa de plástico y cuatro sillas y aun asi sentíamos que lo estábamos logrando demasiado. Recuerdo que para esa época, diseñamos la oficina de un decorador de eventos muy famoso en nuestra ciudad, Vicente Izarra. Él confió en nosotros aún sabiendo que no teníamos nada más que ofrecer que una mesa y cuatro sillas plásticas, y con el tiempo, él se convirtió en un gran amigo nuestro.

Un día, un cliente de mi antigua oficina me dijo que tenía un proyecto en mente y que como ya conocía mi trabajo quería que yo fuese el arquitecto a cargo de la obra. Nos reunimos, él conoció a mis nuevos socios y así nació Forno Rosso, y desde ese momento no recuerdo que hayamos parado de trabajar hasta que llegó la pandemia. Paso a paso logramos ambientar la oficina que tenemos hoy en día, pasamos de tener sillas plásticas a poder ofrecerle un Nespresso a un cliente o a algún amigo que nos visite.

Iniciamos una campaña para brindarle un aporte a nuestra ciudad

El 5 de marzo de este año inauguramos un nuevo café, y paralelamente, iniciamos una campaña para brindarle un aporte a nuestra ciudad refrescando La Plaza de la República. Nuestra propuesta fue tan exitosa que el alcalde nos contactó para felicitarnos por la propuesta; nuestros amigos, familiares y hasta gente que no conocíamos nos comenzó a seguir en Instagram y nos dejaban comentarios que nos llenaron de mucha felicidad.

Sin embargo, una semana después Nicolás Maduro decretó la cuarentena en Venezuela y todo ese furor se acabó hasta que conversando decidimos que no podíamos desfallecer, que teníamos que seguir adelante. Sí, hemos tenido que reinventarnos ya que pasamos de estar en una oficina desde las 9am hasta las 8pm, a trabajar en casa, lo cual en realidad para mí no ha sido tan malo ya que, aunque no estoy en mi oficina, a pesar de la situación que vivimos, hemos concretado proyectos nuevos y no hemos parado de trabajar.

Vivir en Venezuela no es fácil, hay días en los que sientes que puedes comerte al mundo, como lo fue para mí ese 5 de marzo, y de repente, a la semana siguiente llegó la pandemia, que me gritaba que me detuviera, que dejara de crear, pero creo que al final queda en tí decidir ser alguien que ve más allá de la situación.

A pesar de esto, ha sido bueno descubrir que no soy solo buena como arquitecto

No diré que no hay días malos, días en donde estar entre las mismas cuatro paredes se vuelve frustrante, pero a pesar de esto, ha sido bueno descubrir que no soy solo buena como arquitecto, ya que en esta cuarentena descubrí mi pasión por cocinar, especialmente por los postres. Capaz no lo vea como un trabajo, pero sí ha sido una buena fuente de distracción que me ha ayudado a mantenerme en paz ante tantos cambios.

Ciertamente no tengo idea de cuándo todo esto terminará y podamos volver a la normalidad, pero lo que más he aprendido es a ser paciente, cosa que antes me costaba demasiado. Hoy en día me siento agradecida con todos los que han sido parte de mi camino y sobretodo orgullosa de lo que he podido lograr. A todos los jóvenes como yo quisiera decirles que aunque vivan en Venezuela, o en cualquier otro lugar del mundo en donde alcanzar sus metas y cumplir sus aspiraciones a veces parece imposible, nunca dejen de intentarlo, créanme que cuando les digo que todo se puede lograr con trabajo arduo, lo digo muy en serio.

Ana y sus socios, Andrés (izquierda) y Luis (derecha)