Lisla González, Licenciada en Educación Prescolar, 55 años de edad.

Desde el inicio de la cuarentena mi vida ha cambiado en su totalidad; como maestra de preescolar, mi sueldo mensual de $5 USD no es suficiente para cubrir mis necesidades básicas. Aunado a esto, los maestros venezolanos no tenemos seguro médico de hospitalización, y en lo que respecta a la asistencia en casos de primeros auxilios los trámites son muy burocráticos, así que, si llego a infectarme de COVID-19, tendría que correr con todos los gastos por mi cuenta ¡Ni siquiera tenemos servicios funerarios!

Tengo un hijo que vive en Estados Unidos de América, y dependo enteramente de él. En lo particular, jamás me imaginé depender económicamente de mi hijo a esta edad. Hablo con él todos los días; siempre le comento sobre los problemas que enfrento en Venezuela y él me dice: “Mami, de Venezuela sólo escucho noticias malas”, y tiene razón. Normalmente lo visito todos los años, y esta vez, tenía planificado viajar el 20 de marzo para estar presente en el nacimiento de mi nieta, pero la cuarentena no me lo permitió.

Creo que el coronavirus ha sido una agravante de la situación del país y que el gobierno se está aprovechando de la situación para intentar esconder todos los problemas que nos rodean. La inflación, la inseguridad, la escasez de gasolina y las fallas del sistema eléctrico ya existían antes de la pandemia. He observado que esta experiencia ha sacado a relucir la humanidad que existe en las personas, el compartir, el ser solidarios. Somos frágiles, y lo que nos mantiene en equilibrio en este país es nuestra gran fe.

Fotografía por: Ivanna Mia Márquez